domingo, 23 de abril de 2017

Crónica de un romance amputado

Aunque por su similitud fonética parezca el título de un poema de José Ángel Buesa, no se trata de eso, aunque tiene ver con el  Poema del renunciamiento; en lo externo  nada tiene que ver con el “poeta enamorado”.
Aun cuando  la historia esté titulada de forma similar a las peripecias de Santiago Nassar, Ángela Vicario y sus hermanos (por la cronología que anuncia) tampoco tiene que ver con  la inmortalidad   de García Márquez y sus criaturas.

No,  nuestra historia ocurre cuando los campos cubanos se motearon de escuelas de estudio-trabajo bajo la égida de José Martí: las escuelas secundarias básicas  en el campo.
Él era un muchachón rollizo, de fuertes músculos,  de rostro rubicundo y picarazado, lo que solíamos  denominar en esa época  como “más feo que nosotros”, características resaltadas por  cuatro mechas de pelo rojizo que él engominaba a sabiendas  de que no hacerlo, o cortarlas, era una amenaza perenne de responso pues no correspondía a la imagen de un docente.
Otra característica era su carácter reidor, pero parece que no conforme con sus atributos físicos, nuestro amigo  mostraba cierta timidez  ante sus compañeras casaderas, era lo que la “hijueputá”  reinante entre  sus camaradas bautizaba como “huérfano de jevas”, más finamente: desamparo   amoroso, aunque dicen que compartía “una vaca a la mitad” o sea un triángulo al estilo de Doña Flor y sus dos maridos, pero sin fantasma.
Llegar el joven al campo para ejercer su magisterio, verla en medio de una tomatera,  sucia de tierra, con una cabellera hirsuta bajo el sombrero y enamorarse fue un todo único;  el muchacho supo  verla más allá de lo que la vista le mostraba y se perdió en elucubraciones.
“¡Qué mujer hermosa! Si le quito esa cachaza de los pies, se los lijo bien, si esa piel manchada recibe tratamiento en un salón de belleza, si el pelo también ( no existía la queratina como producto restaurador del cabello) la muchacha queda como recién salida de una agencia” .
Sonrió la chica y nuestro amigo completó mentalmente la rehabilitación: “Si le pongo una planchita  con los cuatro dientes…¡será un monumento!”
Dicho y hecho se la trajo a  casa, las ropas nuevas, modernas, los zapatos de moda realzaban la hermosa figura, la piel clareada, el pelo sedoso, quienes se la  criticaron en el  barrio, la miraban y admiraban.
No tardaron los tigres en asediarla con todas las armas; hasta que la chica dio un “mal paso”, el muchacho de nuestra historia la sorprendió en el brinco… él, sin
 ira, le dijo solamente que cuando terminara fuera a verlo.
Ella llegó suplicante, segura del perdón, él le pidió que le devolviera ¡tooodo!
La joven lo fue acomodando en la cama y él casi sin mirarla, cuando la dama  fue a enjugarse los ojos  él vio la reluciente dentadura…”Ponme ahí la planchita también!”, ordenó.
Ella brincó como un resorte… una ráfaga de aire y rabia rozaron la encía y los labios en forma de U para disparar   trabajosamente:

¡¡¡¡Zuzzio!!

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