Cuentan colaboradores internacionalistas que quien visite la Ciudad de Huambo (600 kilómetros al sudeste de Luanda)
o quizás cualquiera otra urbe del país
angoleño notarán un ornamento inusitado:
plantones de caña diseminados por doquier.
La casa puede ser modesta u opulenta, pero en un extremo
de su jardín o patio el visitante podrá apreciar uno o varios
plantones de la gramínea, sí de la exquisita caña de azúcar.
Indagar a los cuatro vientos
traerá la respuesta invariable: “Durante
la guerra o en las más crudas hambrunas, la caña nos alivió el hambre
consumiéndola sola o endulzando con ella los precarios alimentos que podíamos acopiar… es nuestra
salvadora, por eso la veneramos, la homenajeamos de este modo: la tenemos como una reliquia”.
Los soldados cubanos que
viajaban en tren desde Luanda hasta sitios lejanos hacia el Sur desde su propia
llegada a la tierra de Agostinho Neto no se atrevían a probarla aquellos tallos
finitos que los lugareños comían y chupaban con fruición.
A todos los cubanos le
admiraba que o la comían directamente
del tallo o la exprimían retorciéndola
para sacar el guarapo; allí nunca vieron una guarapera
y ni siquiera los chivos o cunyayes
esas masas de rotación inversa
que todavía pueblas los caminos cañeros o las vías ferroviarias cubanas.
Conocido es el interés de técnicos
cubanos, por viabilizar la exportación
de guaraperas como s e ha hecho por la
Planta 26 de Julio hacia países caribeños pero todavía no se conoce que la idea
haya fructificado, sería muy bueno porque además de reverenciarla los angoleños
podrían disfrutar mejor de la Saccharum officinarum, su nombre científico
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